En los últimos años, algo cambió en la escena cotidiana de la biblioteca.
Ya no es solo el ruido de las sillas, el murmullo de un estudiante susurrando apuntes, el pasar de página.
Ahora hay otro gesto que irrumpe —a veces suave, a veces constante— y reconfigura todo:
la cabeza inclinada hacia la pantalla del celular, ignorando el entorno, las personas, los libros.
Ese gesto tiene nombre: phubbing.
No es nuevo. No es raro. Y tampoco es casual.
Pero en la biblioteca, ese espacio que históricamente simboliza presencia, atención y encuentro, el phubbing abre preguntas urgentes.
Es la combinación de phone + snubbing: ignorar a alguien (o algo) por mirar el celular.
Pero en bibliotecas pasa algo especial:
no solo se ignora al otro, también se ignora el acto lector, el tiempo lento, la concentración construida.
El phubbing rompe el pacto silencioso que sostiene la experiencia bibliotecaria:
estar ahí con el libro, con la pregunta, con la comunidad.
En nuestras charlas solemos escuchar:
“Los chicos ya no se concentran”, “nadie larga el celular”, “no quieren leer”.
Pero el phubbing no es mera elección personal.
Es un reflejo cultural, moldeado por:
algoritmos diseñados para capturar atención,
notificaciones que compiten con todo,
miedo a “quedarse afuera” de la conversación digital,
plataformas que premian la inmediatez y castigan el silencio.
En ese marco, exigir “dejar el celular” sin comprender el contexto es tan ingenuo como pedir “concentrate” dentro de un estadio de fútbol.
No es falta de voluntad: es arquitectura algorítmica.
No se trata solo de distracción. Se trata de:
Ese tiempo donde el lector se adentra, conecta ideas, sostiene una hipótesis.
El phubbing interrumpe antes de que esa profundidad aparezca.
Phubbing en una mesa de estudio es una forma silenciosa de decir:
“Lo que está afuera es más importante que lo que pasa acá”.
Si el celular marca el ritmo, la biblioteca deja de ser un oasis y se vuelve una sala más dentro del scroll infinito.
Nada del siglo XX servirá para resolver un fenómeno del siglo XXI.
No funciona prohibir. No funciona moralizar.
Funciona reconfigurar la experiencia.
Zonas diseñadas para recuperar la concentración. Señalética incluida.
No como sermones, sino como alfabetización crítica.
La comunidad decide cómo convivir con las pantallas.
“Tu libro también quiere que lo mires a él ;)”
“El 48% de las interrupciones arruinan la comprensión lectora. ¿Probamos 20 minutos sin celular?”
Lecturas guiadas que integren app + libro + actividad comunitaria.
El celular no como enemigo, sino como mediador.
¿La biblioteca debe combatir el phubbing… o aprender a convivir con él?
Probablemente ambas cosas.
Pero una biblioteca que ignora el phubbing se vuelve ciega frente a una de las tensiones más profundas de la cultura digital:
queremos aprender, pero no podemos dejar de mirar el celular.
Las bibliotecas no son meros edificios:
son pedagogías encarnadas.
Y hoy, esa pedagogía necesita animarse a intervenir en la economía de la atención.
No para controlar a los usuarios.
Sino para ofrecerles lo que nadie más ofrece:
un lugar donde la presencia vuelve a tener valor.
Un espacio donde el tiempo se ensancha.
Donde el silencio construye sentido.
Donde el libro no compite: acompaña.