Hoy abrĂ la computadora con una pregunta incĂłmoda.
No era técnica.
No era operativa.
No era del tipo “qué herramienta uso”.
Era otra cosa.
👉 ÂżQuĂ© me está pasando a mĂ, como bibliotecario, trabajando todos los dĂas con inteligencia artificial alrededor?
Porque ya pasĂł la etapa del asombro.
La de “mirá lo que hace”.
La de “esto nos va a reemplazar”.
La IA ya está ahĂ. En el fondo de pantalla, en el corrector, en el buscador, en el gestor de referencias, en la plataforma educativa. Incluso cuando no la llamamos, opera en silencio.
Y ahĂ aparece el verdadero dilema.
Me doy cuenta de algo incĂłmodo:
cada vez que una herramienta me ahorra tiempo, también me roba una microdecisión.
No porque sea mala.
Sino porque es eficiente.
La IA completa frases. Sugiere tĂtulos. Resume textos. Ordena ideas.
Y yo —bibliotecario formado en la lentitud, el criterio, la duda— tengo que hacer un esfuerzo consciente para no delegar del todo el pensamiento.
No es rechazo a la tecnologĂa.
Es conciencia profesional.
Porque si el bibliotecario deja de decidir, deja de mediar.
Y si deja de mediar, deja de ser bibliotecario.
En estos dĂas pienso mucho esto:
la biblioteca puede ser uno de los pocos espacios que todavĂa habilitan la demora.
Mientras afuera todo empuja a producir, responder, optimizar y acelerar,
la biblioteca —incluso digital— puede seguir siendo:
un lugar para no saber de entrada,
un espacio para formular mejores preguntas,
un territorio donde el error no penaliza.
La IA promete respuestas.
La biblioteca sigue enseñando a preguntar.
Y eso, hoy, es casi un acto de resistencia cultural.
No quiero una biblioteca que le tenga miedo a la IA.
Tampoco una que la adopte como dogma.
Quiero una biblioteca que la use con conciencia,
que la explique,
que muestre sus lĂmites,
que enseñe a leer resultados algorĂtmicos como antes enseñábamos a leer Ăndices y catálogos.
El problema no es la IA.
El problema es cuando nadie se hace cargo de pensar con ella.
Hoy no aprendĂ una nueva herramienta.
Hoy confirmé algo más importante:
En tiempos de inteligencia artificial,
el valor del bibliotecario no está en saber usarla,
sino en saber cuándo, cómo y para qué no hacerlo.
Mañana seguiré probando cosas.
Pero hoy necesitaba escribir esto.
Para no olvidarme de quién soy en medio del algoritmo.